jueves, 19 de noviembre de 2009

Una charla con una de las primeras paracaidistas femeninas: Olga Carisio.



Olga es una jovencita divina de 83 años, divertida, alegre y con una risa encantadora, además fue una de las primeras paracaidistas femeninas. Llego a su casa y me reciben, con su hermana, muy cordialmente, pasamos a la cocina y me esperaban con la mesa llena de fotos y anécdotas para contarme.
Pablo: Hola Olga, ¿Cómo comenzaste con esta actividad?
Olga: Yo iba al aeroclub que estaba situado en esa época en 126 y 45 de Ensenada, desde 1947, porque quería ser aviadora, tenía 22 años, ya era mayor de edad entonces no me podían decir nada. Carola Lorenzini era mi ídola cuando vivía en el campo, siempre me gustaron las cosas raras, lo acepto. Cuando vine acá, te imaginas en frente no había nada, estaba el monte y el aeroclub. Empecé a sentir los aviones y un día dije bueno yo me voy a averiguar y me aparecí, pero para ser aviadora, y cuando me dijeron los precios y lo que había que gastar por hora, porque te cobraban por hora o minutos de vuelo, entonces dije no porque yo no trabajaba en ese momento. Entonces estaba allí con los muchachos y las chicas paracaidistas y me entusiasme y dije bueno voy a hacer paracaidismo.
Pablo: ¿Cuándo fue tu primer salto?
Olga: Mi primer salto fue el 14 de abril de 1949 desde una altura de 500 metros, los paracaídas estaban enganchados en el avión y se abrían solos. Estaba mirando al aire y me dicen largate, yo agarrada de los barrales primero me asomo y me quedo, luego mirando hacia el infinito abro los brazos y me largo, y bueno así empecé.
Pablo: ¿Qué recuerdos tenes?
Olga: Eramos un grupo grande y además formábamos una familia, me acuerdo que nos invitaban de todas partes, yo no sé si era porque éramos un grupo grande o por que había mujeres y le parecía mentira que las mujeres saltaran, mas en aquellos años, te das cuenta, hoy sería otra cosa. Así recorrimos toda la provincia de Buenos Aires, salte en misiones, en las Cataratas del Iguazú, en Paso de los Libres. En el 51 comenzamos con los saltos de 1000 metros, estos ya eran comandados que abríamos a los 500 metros, porque ya habían sido tantos saltos que habíamos hecho desde los 500m, que cuando veníamos cayendo desde los 1000m uno ya sabía más o menos cuando estábamos en los 500m. Una de las cosas raras que nos pasaron fue que los aviadores no nos daban ni cinco de bolilla a los paracaidistas, porque para ellos éramos locos, después nos tuvieron que aceptar, terminamos siendo como una familia, como te dije antes. No solo practique paracaidismo sino que además me case con el gerente del aeroclub.
Pablo: ¿Qué se siente al saltar?
Olga: El salto es una cosa de segundos o minutos, no no segundos, porque te dicen listo, te largas y es un vacio, que no se los metros que recorres, y después te sentís quieta, como sentada, te volteas para un lado y luego para el otro y ves todo infinito, no ves nada alrededor y entonces yo dije: ¿pero qué es lo que se siente?, y me acuerdo que una vez vino Bombisuto, que era del ejercito a pasear y darnos una charla y nos dijo: se siente una sensación de soledad tan profunda como hermosa, y realmente eso es lo que sentí. Y luego vas bajando y bajando y viendo la tierra y cuando estás en los 500m tiras del paracaídas y se abre y ya después vas acercándote mas al suelo, igual hay quienes abrían el paracaídas a los 300m, pero yo siempre lo abrí a los 500m, esas locuras no. Una vuelta empecé a los gritos porque, mi hermano que también empezó a saltar, no lo abría y visto desde lejos parecía que se iba a estrellar contra el suelo, al final lo abrió y no paso nada.
Pablo: ¿La gente no te preguntaba por qué saltas?
Olga: Si. Y cuando me preguntaban: ¿pero por qué saltas? Les contestaba: porque estamos locos. Parece que algo nos fallaba, lo acepto, pero no sé, lo hacíamos.
Pablo: ¿Cómo era el entrenamiento?
Olga: El instructor era del ejército, nos enseñaba como preparar el paracaídas, las posiciones que teníamos que adoptar, teníamos que saltar de una escalera de 4m y en un hangar había unos rieles donde nos colgaban.
Pablo: Contame alguna anécdota
Olga: Bueno, en ese momento en el sur se había caído un avión y no lo podían encontrar, entonces el que era encargado de salud pública, que no me acuerdo como se llamaba, un viejo grandote y buen mozote, se le ocurrió que podían ir los paracaidistas y saltar en la zona, así que nos hicieron hacer un curso de auxiliar de enfermería y primeros auxilios, todos chochos fuimos a hacerlo. Por suerte cuando terminamos de hacerlo los habían encontrado, así que nos salvamos, hubiera sido una cosa muy loca.
Otra anécdota es cuando fuimos a paso de los libres y me escribieron un verso:
Olga,
aquí lejos en el norte,
después de mucho viajar,
tenemos la gran desgracia
de tenerte que aguantar

(risas) ese es del doctor Miranda que después fue mi marido.
Pablo: ¿Alguna vez te viste en apuros?
Olga: En Misiones, en ese lugar casi me mato, mira yo saltaba de 1000m, entonces bueno estamos arriba y salto, yo siempre abría el paracaídas a los 500m.
Pablo: ¿Tenían con que ver la altura?
Olga: No, simplemente a ojo, después de saltar tantas veces ya sabes a qué altura estas. Así que cuando estaba a 500m tiro y se abre el paracaídas, el que llevamos atrás, pero también se abre el que llevaba adelante y este me envolvió toda toda, si uno tiene 10 sentidos en ese momento debo haber tenido 20 sino mas, estaba toda enredada de cables, primero me saque el velamen de la cara, mire y el otro estaba intacto, abierto, gracias a dios, pero con los pies así yo iba a llegar al suelo de rodillas y pensé: si me salvo voy a tener que vivir en una silla de ruedas, pero yo nunca pensé en morirme eh. Entonces empecé a sacarme todos los cables, te digo que en el aire no sé, es como que el cuerpo no pesa, y me acuerdo que el talón me tocaba acá, en la cara, mientras me iba sacando sentía que hacia blof, blof, queriendo con el aire inflarse, hasta que después se abrió del todo, uf que alivio, pero vas a ver, no termino ahí mi tragedia, yo tenía un paracaídas adelante y otro atrás pero caía a una velocidad increíble, parecía que no me sostenían, así que dije tengo que hacer algo, empecé a tirar de uno y se corría el otro, luego quería acomodar ese y se corría el primero, se bajaba uno y se subía el otro, y así llegue a la tierra. Llego a tierra y estos dos desgraciados de los paracaídas me empezaron a arrastrar a toda velocidad panza abajo, porque había mucho viento, yo veía que estos dos venían a dos metros de altura, y en ese momento usábamos este tipo de cascos, ves que es toda una goma, entonces yo veo que más adelante había un alambrado de púas, dije: si estos me llevan ellos pasan y yo me quedo enganchada en el alambre, entonces desesperada veo un manojo así grande de paja brava, le apunte con la cabeza y cuando choqué miro y estos dos desgraciados caen desinflados al suelo. Para esto venían corriendo todos los compañeros, instructores, que se imaginaron cualquier cosa, volvimos caminando y la gente que había estado mirando, aplaudía, creían que era un show, que estaba preparado, por supuesto no dijimos nada (risas).

Tomamos un capuchino y miramos unas cuantas fotografías, conversamos sobre la familia y en fin pasamos un rato muy agradable.
Entre esas otras cosas que charlamos me enteré que Olga aprendió a tocar el piano y el bandoneón y se juntaba con sus amigos para ponerle música a los bailes en el club. Visitó distintos lugares del mundo como Grecia, Italia y Rusia y en palabras de ella: "eso que no se hablar en otros idiomas, ni si quiera se hablar bien el castellano´´. Estudió opera por que le gustaba cantar. Dice vivir de recuerdos, pero actualmente teje en telar, cose y pinta.
Para mí esta fue una tarde inolvidable, me fui y no podía parar de sonreir, creo que me contagió algo, si definitivamente me contagio con alegría y ganas de vivir. Olga me pareció una persona genial, alguien que habiéndola conocido solamente por dos horas puedo decir que es mi amiga, compartimos esa pasión por el aire, por el vuelo, por estar ahí arriba, por sentir y disfrutar, por mirar el mundo desde otro lugar.

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